26 años sin Jaime Garzón

Este miércoles 13 de agosto de 2025, Colombia revive la sombra de un crimen que duele aún en la conciencia nacional: se cumplen 26 años del asesinato de Jaime Garzón Forero, una voz incómoda que el silencio no ha logrado acallar.

A las 5:45 de la mañana del 13 de agosto de 1999, en las calles de Bogotá, cerca del barrio Quinta Paredes, dos sicarios motorizados interrumpieron el camino de Garzón hacia la emisora Radionet, su espacio de lucha y palabra. Cinco disparos bastaron para apagar a un hombre que, más que periodista, ejercía como abogado, humorista y defensor incansable de los derechos humanos.

Este asesinato no fue un acto aislado ni simple excepción criminal. Detrás se esconde una compleja alianza entre el jefe paramilitar Carlos Castaño, el exasesor de inteligencia militar José Miguel Narváez y agentes del Estado —una relación oscura que el mismo gobierno colombiano ha reconocido ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos este año. Esa complicidad estratégica dejó un legado macabro: un caso emblemático de impunidad estructural, donde las sentencias se quedan en palabras y las condenas, en promesas incumplidas.

Declarado de lesa humanidad por la Fiscalía, el proceso judicial ha mostrado la resistencia de un sistema donde la justicia parece dilatarse indefinidamente. Sí, algunos responsables enfrentan condenas, pero las penas concretas brillan por su ausencia, mientras la Jurisdicción Especial para la Paz aún debe pronunciarse sobre figuras clave. Para la familia Garzón y los colectivos de derechos humanos, la búsqueda de la verdad completa y la reparación integral no han hecho más que empezar. ¿Dónde están las certezas sobre la participación operativa de los organismos estatales en esta trama? Esa pregunta permanece abierta, un eco que interpela al país.

Este aniversario no pasa desapercibido. Desde el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Bogotá hasta múltiples organizaciones sociales y ciudadanos conscientes, la conmemoración se convierte en llamado urgente a no olvidar, a reconocer que la lucha de Jaime Garzón sigue viva en la necesidad de una paz auténtica, en la defensa de la libertad de expresión erosionada, en la memoria colectiva que España quiere y debe preservar.

Entre homenajes y protestas, entre discursos oficiales y silencios cómplices, la pregunta persiste: ¿podrá Colombia desenterrar la verdad y honrar su pasado, o seguirá atrapada en un laberinto de sombras donde la justicia se diluye? Porque más allá de las fechas, lo que duele es la espera prolongada por respuestas y justicia que aún no llegan.

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