
En el corazón del barrio Oasis de Comfandi, en Cali, el reloj marcaba la hora en que la traición se disfrazó de amistad.
Un hombre de 45 años, que compartía una conversación con tres individuos, jamás imaginó que uno de ellos sería el autor de su final.
Las cámaras registraron el instante en que su verdugo se acercó con familiaridad, lo saludó con un apretón de manos, incluso le chocó el puño, y esperó pacientemente a que bajara la guardia. Cuando la víctima se dio la vuelta, confiado, recibió un disparo certero en la cabeza que le arrebató la vida de inmediato.
El silencio fue testigo de la escena más fría: nadie corrió, nadie gritó, nadie se acercó. El asesino huyó sin que nadie lo detuviera, y el hombre quedó allí, boca abajo sobre el pavimento, solo, como si nunca hubiera importado.
La imagen es desgarradora: un cuerpo tendido, sin una mano amiga, sin un auxilio, sin un adiós. La violencia en Cali volvió a cobrar una vida, esta vez envuelta en el abrazo de la traición.
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