
Hace tres años, el corregimiento de Chochó fue testigo de una de las tragedias más desgarradoras de su historia. Tres jóvenes humildes, trabajadores y soñadores —José Carlos Arévalo, Jesús David Díaz y Carlos Ibáñez— fueron asesinados a sangre fría por quien debía protegerlos: el entonces coronel Benjamín Núñez.
Ese día, no solo les arrebataron la vida a estos tres muchachos, sino también una parte del alma de todo un pueblo.
El entierro fue un clamor de dolor colectivo. Las calles de Chochó se inundaron de lágrimas, rabia e impotencia. Familias, amigos y vecinos acompañaron los féretros entre sollozos, con el corazón desgarrado. Nadie merecía morir así. Nadie merece el silencio de un Estado ante una masacre que aún duele como si hubiese ocurrido ayer.
Hoy, sus nombres resuenan en la memoria viva de un pueblo que no olvida. Las madres siguen esperando justicia. Chochó sigue alzando la voz por la verdad, por la dignidad, por la vida. Porque cuando el poder oprime y el uniforme mata, la memoria se convierte en resistencia. Y ese dolor que no sana se ha transformado en la fuerza que mantiene viva la lucha de toda una comunidad.
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