
En la madrugada silenciosa de Barranquilla, cuando la mayoría aún duerme, Ramón Fidel García Quintero, quien era llamado cariñosamente ‘el Viejo Fidel’, ya estaba en pie.
A sus 74 años, la rutina no conocía de cansancio ni de excusas: levantarse a las 12:30, tomar camino hacia Barranquillita y con paciencia empezar a acomodar los aguacates que, por décadas, habían sido su orgullo y la base de sustento para su familia.
Su figura se había vuelto parte del paisaje cotidiano del Centro, símbolo de esfuerzo y dignidad en medio de la dureza de la vida diaria.
Pero este miércoles, la jornada no se escribió como las demás. Mientras organizaba sus canastas, la violencia irrumpió de manera inesperada y cruel.
Dos desconocidos truncaron de golpe la historia de un hombre que solo pedía espacio para trabajar con honradez: lo asesinaron, sin importar su edad.
Detrás de este hecho, se teje la sombra de presiones y exigencias que, según versiones preliminares, buscaban arrebatarle lo poco que tenía.
Hoy, el silencio que deja Ramón Fidel duele, porque no solo se apagó la vida de un trabajador incansable, también quedó la pregunta de por qué un hombre que solo vendía aguacates no pudo seguir cumpliendo su faena en paz.
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