
El tiempo parece haberse detenido para Angie Bonilla. Desde hace 16 días, su hijo Lyan José Hurtúa Bonilla, un niño de apenas 11 años, permanece en poder de hombres que irrumpieron en su hogar y se lo llevaron sin dejar rastro.
Las horas se arrastran como cadenas para esta madre, que entre lágrimas describe su dolor como “una muerte en vida”, una pesadilla interminable que le ha robado la luz del día y la calma de las noches.
No hay consuelo ni palabra que pueda descifrar lo que siente, solo el vacío de no saber en qué condiciones está su pequeño. Lo que más la atormenta no es solo la ausencia, sino el temor constante por la salud de su hijo.
Lyan ha tenido complicaciones respiratorias y Angie recuerda un episodio en el que apenas lograron llegar a tiempo a la clínica. “No me imagino qué podría pasar si le pasa algo donde lo tienen”, dice, con la voz entrecortada por el miedo.
Por eso, su clamor no conoce límites y se eleva con fuerza hasta el presidente Gustavo Petro: “Míreme con ojos de amor y misericordia, porque usted también es papá”, suplica, aferrada a la esperanza de que su voz sea escuchada.
En medio del dolor, Angie no se rinde. Le habla al viento, como si pudiera llegar hasta su hijo: “Hijo de mi alma, que valiente has sido. Gracias, mi amor, por estar firme, porque sé que tú lo vas a lograr”.
Y mientras el país espera una respuesta, una madre sigue orando, llorando, resistiendo… soñando con el momento en que pueda volver a abrazar a su niño valiente.
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