El viaje era largo, caluroso, agotador. Desde La Dorada, en Caldas, atravesaba pueblos y paisajes hasta alcanzar la Costa.
En algún punto de ese recorrido, el bus se detuvo en Morrison, un paraje solitario entre San Alberto y San Martín, en el sur del Cesar, donde se presentaba un bloqueo por campesinos.
El joven, como otros pasajeros, bajó unos minutos a estirar las piernas, quizá a buscar algo frío que le calmara la sed. Nadie imaginaba que esos pocos pasos lejos del bus serían los últimos que daría.
Testigos recuerdan el momento con rabia e impotencia: un desconocido se le acercó, le exigió un billete de $5.000 y, ante la negativa, desató lo impensable. Una puñalada al pecho selló su destino.
El atacante huyó entre el caos, dejando atrás la vida de un joven que sólo había querido refrescarse en medio de un viaje. La escena quedó grabada en la memoria de quienes presenciaron el crimen, una tragedia que duele más por lo absurda, más por lo injusta, más por lo evitable.
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