
La tarde en que Orlando Miguel Mercado Ortega, de 41 años, subió en silencio al puente que conecta a La Azotea con Galán, nunca será olvidada.
Descendió de un taxi con la mirada perdida y un dolor que parecía imposible de ocultar. Trepó la estructura con un teléfono en la mano, y desde lo más alto, entre lágrimas, marcó el número de aquella mujer que un día fue su amor.
Su voz, quebrada por la culpa, estremeció a quienes lo escucharon: “No me perdono lo que te hice… no me perdono haberte fallado”. Cada palabra era un eco de arrepentimiento que se clavaba en el corazón de los presentes.
A su alrededor, la gente suplicaba con todas las fuerzas que bajara, que no se dejara vencer por el peso de sus errores, que aún había esperanza. Pero Orlando parecía estar lejos, atrapado en un mundo donde la tristeza ya lo había vencido.
En su humilde hogar, las arrendatarias que lo querían como un hijo corrían desesperadas al puente, solo para encontrarse con una de las escenas más dolorosas de sus vidas.
Esa tarde, la ciudad entera fue testigo de un hombre que, consumido por la culpa y tras no ser escuchado, dejó un vacío imposible de llenar y un recuerdo que seguirá retumbando en la memoria de todos.
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