Un reciente caso viral ha generado debate en redes sociales: una madre peruana azotó duramente a su hijo en plena comisaría, luego de que este fuera detenido por robo. La escena, cargada de dolor y frustración, ha abierto una conversación profunda sobre los límites de la corrección, el rol de los padres y el respeto por los derechos de los niños.
¿Es esto educar? ¿Dónde trazamos la línea entre disciplina y violencia? En países como el nuestro, estas situaciones reflejan heridas sociales más amplias: traumas no resueltos, salud mental desatendida y una comprensión aún frágil de los derechos de la infancia.
La vergüenza pública, el juicio social y el sentimiento de haber fallado como madre se entrelazan en este tipo de episodios. Pero también nos invitan a preguntarnos: ¿qué herramientas tienen las familias para educar con firmeza sin caer en el maltrato? ¿Estamos acompañando a los padres en ese proceso?
Este caso no solo expone una reacción individual, sino que nos confronta con una realidad colectiva. Educar no es solo corregir: es formar, acompañar y proteger. Y para lograrlo, necesitamos más diálogo, más apoyo y más conciencia.
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